Anagrama
Novela múltiple, La
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Durante mucho tiempo, estuve dedicado al desarrollo de un proyecto para demostrar que las novelas se podían trasladar a cualquier idioma. En plena época de la aviación, elaboré este proyecto de las novelas como múltiplos. De modo que sí, al pasar del esquimal al inglés, o del inglés al japonés, habría cambios, pero éstos serían irrelevantes en cuanto a la cuestión básica de la calidad: no disminuirían el valor de esa novela en la historia de su arte. Sin embargo, esta primera versión básicamente confinaba el proyecto a oraciones mientras que una novela, obviamente, es algo mucho más grande que una oración. Y si bien este hecho no es ninguna novedad, provocó que me comenzara a preguntar si la novela no sería algo mucho más extraño de lo que había pensado en primer lugar. Así pues, comencé a pensar que este proyecto necesitaba una filosofía menos convencional y más exhaustiva. Necesitaba centrarme en la destartalada extensión de las composiciones más puras. Y es que hasta una composición única, estaba descubriendo, era un múltiplo. Este proyecto era, sin embargo, utópico: pretendía ser una plataforma para colectivos. Lo cual quería decir que necesitaba considerar las implicaciones de un último elemento: el lector ausente y múltiple. Con estas reflexiones inicia Adam Thirlwell este libro que habla del arte de la novela y de la traducción. Y lo hace con la ayuda de Roland Barthes, el semiólogo que odiaba la novela pero al final de su vida decidió escribir una; de Flaubert, que en sus cartas intentaba decirle delicadamente a Louise Colet que no la amaba; de Laurence Sterne y su Tristram Shandy; de Raymond Queneau y sus ejercicios de estilo que exploran las infinitas posibilidades para contar la misma historia; de Félix Fénéon y sus novelas de tres líneas; de James Joyce y su Finnegans Wake; de Gombrowicz, Diderot, Monterroso, Kafka, Hrabal, Gadda, Borges y, claro, Vladimir Nabokov, que concibió la novela como un malabarismo y cambió de idioma a mitad de carrera...
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